Me ha pasado ya varias veces que he empezado a escribir un artículo en el tren y lo he terminado cuando llegábamos a la estación. Se produce entonces una felicidad de acompasamiento con el mundo, una felicidad de metrónomo. El viaje por la vía es como el de las letras en la página, propulsadas por los saltitos de los dedos, su danza juguetona. Una magia de sacar cosas de la chistera. El trayecto se pasa en un suspiro, obra de la concentración. El que me mire verá a un pasajero enfrascado en su smartphone, pero en verdad estoy enfrascado en mi cabeza, chisporroteante de pensamientos, de ideíllas, emitiendo frases con un acomodo sintáctico. Esos son los raíles de la escritura.
Ventajas de viajar en tren se titula un libro que no he leído. Entre esas ventajas está la de escribir en el móvil mientras se viaja en tren. Ahora escribo mientras viajo a Madrid, temprano, con un cuadro de Turner en el horizonte, al que la luz del vagón reflejada en la ventanilla le añade unas pinceladas amarillentas. El paisaje, archivisto, ya no lo miro. No como en mis primeros viajes, que pasaba en una suerte de embobamiento romántico como ante el escaparate de una pastelería. Ahora solo la luz, en ocasiones, para la que el paisaje es excusa (ella es su funda autosuficiente), me hace sacar la mirada. Pero habitualmente el paisaje es un mero brochazo lateral, o algo que se mueve borroso cuando alzo la cabeza para buscar la frase.
Me dirijo a Madrid para el evento de esta noche (anoche para ustedes) por el décimo aniversario de THE OBJECTIVE, el periódico hospitalario de Paula Quinteros que dirige Álvaro Nieto (y antes Ignacio Peyró). Diez años en el mundo digital es eso, un mundo; casi un siglo. Este periódico los ha llevado fantásticamente, con libertad, irreverencia y solidez. Escriben aquí muchos amigos y he hecho aquí muchos amigos. Pero mi gloria semanal es ver, junto con otras admiradas, las firmas de mis dos articulistas preferidos desde adolescente, con los que me he formado: Fernando Savater y Félix de Azúa. Siempre han estado donde había que estar y en THE OBJECTIVE, desde luego, hay que estar. Felicidades.
«Por La Mancha hay nubes bajas iluminadas a lo lejos, entreveradas con trozos de campo, que parecen golfos marítimos»
La mañana se ha puesto neblinosa. En estos casos me acuerdo de Pessoa y su sebastianismo. Según la profecía, el rey don Sebastián volvería en un día de niebla. Por eso el poema Nevoeiro de Mensagem, tras describir una niebla meteorológica, histórica y moral («Todo es incierto y postrero, / todo es disperso, nada entero»), termina con «¡Es la hora». (Hay una adaptación musical perfecta de Gal Costa.) Pero mientras escribía este párrafo ha salido el sol. ¿Será este el rey perdido? Por La Mancha hay nubes bajas iluminadas a lo lejos, entreveradas con trozos de campo, que parecen golfos marítimos. Un mar inesperado.
No solo en el tren, también escribo ahora en cafés con el móvil, en distraídas terrazas, y sobre todo en la cama. Meterse en la cama a escribir, a trabajar, es mi última sofisticación. Al fin puedo combinar la productividad (nunca genesiaca en mí, por otra parte; qué perezón ser genesiaco, una fuerza de la naturaleza) con la indolencia. El chaparrón del mundo y yo a cubierto. Especialmente delicioso a oscuras. ¡Escribir a oscuras! ¡Con la luz misma de la página!
Pero llegamos. Con la última repetición, abusiva, del nombre de Almudena Grandes. Desde este punto de vista, el viaje Málaga-Madrid es anticlimático: partíamos de María Zambrano. Solo se puede acabar con Jaime Gil de Biedma (lo escribo también en el móvil): «Ya estamos en Madrid, como quien dice».